Mirtha en primer plano
¿Madre o enfermera? ¿Enfermera o madre? Ambas facetas y muchas más, porque resulta un ser humano con enormes virtudes para tributarle a la vida.Ella no necesita la imagen convencional junto al paciente, porque la enfermería le corre por el torrente sanguíneo. Se siente tan libre como ave en vuelo. Que lo digan quienes han tenido la dicha de constatar las virtudes de Mirtha Fernández Fleites, aquella muchachita que en su Rodrigo natal —municipio de Santo Domingo— cursaba la secundaria básica y daba clases nocturnas de superación obrera.Fue entonces cuando le llegó la oportunidad de adentrarse en lo que sería su futuro, en un tiempo en el que «no podía soñar ni imaginaba lo que era el apoyo paramédico». Y con solo asomarse los años 70 recibió el título de enfermera básica en la era en que Los Fórmula V, Sergio Endrigo, Massiel y muchos otros dominaban el panorama musical de aquella década prodigiosa. Para Mirtha también la constituyó. Ya suma 37 calendarios de labor. Confiesa que disfrutó del primer uniforme de hilo con yugos, y de su debut profesional en el hospital gineco-obstétrico Mariana Grajales, donde, con el tiempo, ocupó la jefatura entre sus colegas. Sin embargo, los niños no eran su destino. Sufría solo al pensar que tenía que inyectarlos… Demasiada crudeza para tanta nobleza.Mas, allí comenzó a sonreír, «y creo que, desde entonces, no se me ha agotado la sonrisa. Era muy delgadita, y los propios enfermos decían ahí viene la Palomita. Ya sí sabía de sueños. No obstante, me veía entre los avatares de una unidad quirúrgica o en el intercambio directo con los adultos.»La vida le concedió su deseo. Un día llegó a los quirófanos del hoy hospital universitario Celestino Hernández Robau. Entre lámparas, urgencias y sobresaltos transcurrieron 15 años. Al parecer, las jefaturas forman parte de su existencia, porque asumió la de esa unidad operatoria en lo inherente a su rama, sin apartarse del vínculo docente. Entre esa cotidianidad inició su licenciatura en el nivel superior bajo un total sacrificio.—¿No le parece una paradoja que su propia sensibilidad le haya impedido el trabajo con los menores para enfrentar un universo más rudo dentro de un salón? —La vocación lo define, y sí, puede parecer contradictorio. No resulta solamente la operación, si no lo inesperado, el contacto en vivo con la realidad, la sorpresa de algún diagnóstico, pero fue una verdadera escuela. Sabía que no estaba hecha para niños.Del viejo hospital de la calle Cuba, Mirtha Fernández pasó para el Cardiocentro Dr. Ernesto Che Guevara. Por allí se le ve en la unidad de cuidados postoperatorios o por los pasillos de la dependencia. Sonriente, pero recta, buscando cada detalle con tal de alimentar la espiritualidad colectiva.—Y sin esperarlo surgió la Peña de Mirtha…—Diría que de manera casual, un espacio para compartir poesías y escritos en mi centro. Aquello comenzó como un juego. Una especie de taller experimental que prosigue de la forma más espontánea posible. Hace solo unos días un paciente que toca lindísimo el acordeón me entonó una melodía. La encontré preciosa y quise compartirla con mis compañeras. Esa tarde convidamos al resto de los hospitalizados. Otra paciente improvisó, y creo repartimos así los mejores medicamentos del día en una forma de terapia diferente para embellecer la vida.Casi al término de los 80, concluyó su licenciatura en el nivel superior. La superación constituye para ella la miel acumulada en el panal, Por ello, va a su búsqueda y emprendió un diplomado comunitario en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, hasta ver consumada su maestría hace dos años. Aunque le gusta más la asistencia que el magisterio, no descarta sus dotes docentes. Imparte clases en su centro, cuenta con el aval del Instituto Superior de Ciencias Medicas Dr. Serafín Ruiz de Zárate Ruiz, y admira a todos los que quieran apropiarse del conocimiento a fin de ser mejores.—¿Haría de su sabiduría un patrimonio exclusivo?—Desconozco la propiedad privada. Solo de la que hablan los libros de filosofía. Sería injusto negar algo que uno sabe, además de parecerme inútil.—¿En algunas de esas poesías le ha escrito a la vida?—Puede que en algún momento lo haya hecho. La vida es dulce, es el tiempo que te das, debes pasarla con alegría.—¿Y el ser humano? —Resulta su complemento vital, lo que irradia luz a la existencia.—Entonces, ¿acepta la pluralidad de matices, orientaciones y criterios?—Por supuesto, y no lo veo como resignación o tolerancia, porque si todos fuéramos iguales, ¡qué aburrido sería todo!«Vencer derroteros ocupa otro sitio en el retrato de Mirtha. Si tuviera que autodefinirse, lo haría así: Una mujer optimista que lo único que necesita es tiempo.Ese resulta el cuentamillas indetenible al cual se impuso ante abortos continuados que le impedían disfrutar del don de la maternidad. No quedó otra opción que pasar los nueve meses en cama y hospitalizada. Así logró a su hija Clarissa, hoy diplomada en Filología y cuando menos lo esperaba, llegó Alejandro, que estudia la especialidad de su hermana.—¿Ser madre?—El mayor privilegio. Trazo mi vida antes y después de serlo.—Si tuviera la potestad de configurar la personalidad, ¿qué detalles incluiría?—La pondría alegre, bonita, sincera, solidaria, con mesura en los casos necesarios, porque defiendo mucho la humildad de la gente.—¿Y aquellos que suprimiría?—La envidia, la maldad, las cosas feas de adentro del individuo que se puedan eliminar. No resulta fácil, pero tampoco difícil.Si bien declara que le falta tiempo, asume la secretaría del Comité del Partido en el Cardiocentro villaclareño. Admira los buenos libros y a Martí, «porque él es la propia vida». Ama el entorno de su Parque Vidal, donde a veces se sienta con una amiga al regreso de las faenas para disipar las ansiedades y retomar el equilibrio. La que puede sorprenderle el fregado en la madrugada al ver en este «una especie de trabajo manual en el que han bajado las musas para inspirar algunas de mis poesías.»—Jubilación, ¿le aterra?—En absoluto. Una etapa llamada para asumirla. Lo que sí aseguro que las cuatro paredes de la casa no serán mi compañía. Me imagino en un recital de poesías, en una actividad en El Mejunje, visitando a los amigos… en el arte de crear sin dejar de ser yo.—Entonces, ¿podremos imaginar a Mirtha Fernández de anfitriona, por ejemplo, de una peña de la UNEAC?—Si me conceden el privilegio, acepto el reto, ¿por qué no?
Por Ricardo R. González
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